miércoles, 19 de octubre de 2011

los dientes apretados, las pupilas dilatadas y fijas.

"Desearla, amarla, fue un suicidio emocional, una adicción de vértigo a una rara y bella droga humana a la que tú te fuiste enganchando en pequeñas dosis y en viajes de diferente placer, pero de la que huiste porque sabías que podía ser letal.
Ojalá pudieras rebobinar la cinta y pulsar el play de nuevo. Rehacer la jugada. No recuerdas gran cosa de ti entonces, de cómo eran tus dudas, tus deseos, tus miedos, antes de meterlos en esa caja fuerte cuya combinación aún sigue en el olvido. Representa un gran esfuerzo recordar los detalles de ese dolor, sólo te queda el eco del sufrimiento, las huellas que ha dejado en ti.
Durante años desechaste su imagen con todas tus fuerzas, pero volvía. Te repugnaba como una villanía, como la peor de las bajezas, aquella predilección con la que tus sentidos se recreaban en el recuerdo de la tibieza de su piel apenas les daba rienda suelta. Te acometían un remordimiento punzante, un asco de ti mismo, un tormento tan incomparable de tener que despreciarte que no tuviste otra solución que el olvido. Te entregaste al olvido con una pasión poderosa, de las que avasallan, y lo acogiste con más placer que a una amante. Quizá, si no te hubiera llegado esa carta, nunca habrías admitido lo que sucedió.
Tú creías que tus caricias la tranquilizaban, que la relajaban, que conseguían que durmiera sin pesadillas, sin fantasmas de fiebre ni insomnio. Pero la carta revienta de angustia y de cólera, de indignación y amargura. Folios y folios de escritura enrevesada y de palabras cargadas de veneno, tal es el reconcomio que contienen, el ácido corrosivo que desbordan entre líneas.
"

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